No es un amor perdido… No es una historia de desamor entre un hombre y una mujer… Es el blues de dos corazones rotos. El amor del hijo y el amor del padre, dos corazones que se separan entre lágrimas y tragos de saliva amarga.
Yummy Broken Heart de TNTS3000 en Flikr |
Enero de 2017. Acabamos de empezar un año más y dejado atrás unas navidades entre familia, amigos, risas, felicitaciones y buenos deseos para el año nuevo. Muchos de vosotros, igual que yo, habéis podido disfrutar de la compañía de vuestros hijos. Aprovechando cada minuto a su lado. Tomando fotografías de cada momento, capturando esas caras de emoción y confusión al ver los regalos navideños que Papá Noel o los Reyes Magos han dejado. Guardando cada recuerdo de estos días como si fuera el tesoro más valioso del mundo. Porque al final, es eso lo que nos queda a los padres que no podemos disfrutar de nuestros hijos cada día, un puñado de sus recuerdos que repetimos en nuestra cabeza una y otra vez hasta que volvemos a encontrarnos con ellos quince días después.
Juan y yo hemos pasado unos días maravillosos. Hemos disfrutado el uno del otro de una forma increíble. Puedo decir sin miedo a equivocarme, que Juan ha tenido unas navidades inolvidables, tal y como su madre me exigía en uno de los mensajes que recibí de ella en los últimos días del año. Estoy contento, porque a pesar de las dificultades a las que ambos nos enfrentamos cada fin de semana que pasa conmigo y a sus miedos infundados (de este tema hablaremos largo y tendido más adelante) cada vez duran menos tiempo y nos permiten disfrutar más tranquilamente de nuestros momentos. Durante estas navidades, ha podido hacer una de las cosas que más le gusta: pasar tiempo con sus dos primas, mayores que él y que le ayudan a pasar ciertos malos tragos, a evadirse de su rutina y a alborotarnos a todos con sus risas y gritos, olvidándose de las dificultades a las que se enfrenta cada día. Lamentablemente esas dificultades y miedos están ahí, se quedan dentro de su corazón y salen todas de golpe cuando llega la hora de volver a casa, con su madre.
Era el día de Nochevieja, cuando Juan debía volver a casa con su madre. Es la primera vez que pasa la Nochebuena y la Navidad conmigo así que todo había sido muy especial. Nos levantamos por la mañana con cierta inquietud por parte de ambos pero con ganas porque habíamos quedado para desayunar con su tía y con sus dos primas para que los niños pudieran despedirse hasta la próxima visita de Juan y pasar las últimas horas juntos. Además, el día era estupendo, solecito de invierno brillando, buen rollo en la calle… Después de desayunar empezamos a jugar entre empujones y tropezones. Todos reíamos. Sin embargo, algo pasó por la cabeza de Juan. Fue como ese milisegundo en el que se te queda la mente en blanco y lo cambia todo. Y paró el juego mientras se le llenaban los ojos de lágrimas. -¿Qué te pasa, hijo?- Le pregunto. Se abraza a mi cintura con fuerza y me pregunta: ¿Me tengo que ir ya? Fue el momento más dramático de todos estos días. Sus primas y su tía nos miraron sin saber qué decir ni qué hacer. -Sí hijo, hoy tienes que volver con tu madre.-Y me vuelve a preguntar: ¿Por qué tengo que irme?, no quiero marcharme. Quiero quedarme contigo papá. Y mientras está diciendo estas palabras aprieta más fuerte mi brazo.
¡Qué dolor tan grande para un padre escuchar estas palabras de su propio hijo! Se me encogió el estómago y los nervios se apoderaron de mí. Yo, un adulto, las emociones volaron dentro de mí. Él, un niño pequeño, no me puedo imaginar lo que sintió en ese momento. Pero lo peor, no puedes hacer nada como adulto para calmar ese dolor en tu propio hijo. Aquí no sirve “el sana, sana, culito de rana”, aquí no sirven las “tiritas de colores de Bob Esponja”, ni las pegatinas de “Super Nany” por buen comportamiento. Aquí no sirve nada. NADA.
Entonces, lo único que se te ocurre es armarte de valor y aguantar el tirón ante las miradas perplejas de su tía y de sus primas, tragar saliva y mantener el “tipo” como puedes. Pensar que no tiene porque estar mal que su madre, que seguro que está bien allí (aunque yo no lo sepa hasta dentro de quince días) y que continuará con unas “felices vacaciones”.
Sus primas, mis cómplices sin saberlo en ese momento, me ayudan a que Juan se calme y deje de llorar, para que su madre no se de cuenta de que ha llorado por querer quedarse, para que su madre no sepa que no quiere volver a su casa (no tan pronto) y de que quiere quedarse otros “cinco minutos más” conmigo, para que su vuelta a casa no se vea amargada por un llanto totalmente sincero e inocente de alguien demasiado pequeño para entender porque la vida es injusta cuando te portas bien.
Sus primas, mis cómplices sin saberlo en ese momento, me ayudan a que Juan se calme y deje de llorar, para que su madre no se de cuenta de que ha llorado por querer quedarse, para que su madre no sepa que no quiere volver a su casa (no tan pronto) y de que quiere quedarse otros “cinco minutos más” conmigo, para que su vuelta a casa no se vea amargada por un llanto totalmente sincero e inocente de alguien demasiado pequeño para entender porque la vida es injusta cuando te portas bien.