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LA INDIGNACIÓN DE JUAN

sábado, 18 de febrero de 2017

OPERACIÓN CROSSROADS


17 de febrero de 2017… 20 meses después de iniciar esta “encrucijada” se efectúa la última prueba nuclear “Baker”, pero esta vez el atolón Bikini se encuentra en el Juzgado Nº 2 de Primera Instancia de Ávila. 
Prueba nuclear Baker, segundo bombardeo en el atolón Bikini. 25 de julio 1946

Sólo dos objetivos:
Darle a Juan su derecho de convivir con su padre, de encontrar una infancia feliz y de convertirse en un adulto estable.

Y desmontar todas las falacias que sobre un padre valiente y capaz han arrojado un equipo psicosocial partidista e incompetente a todas luces (como ha quedado demostrado) basado en suposiciones y falsos testimonios y un entorno materno tóxico, desestructurado y sin fundamentos éticos ni morales para educar a un niño bajo la tolerancia, amor y respeto a los demás, si partimos de la base que ya está siendo educado y manipulado para odiar y rechazar a su propio padre (todo lo contrario de lo que debe ser una familia cristiana, si seguimos los “10 mandamientos de la Santa Madre Iglesia”, amor que osan a profesar públicamente exigiendo licencias como si de autoridades eclesiásticas se tratase. Luego, de puertas para adentro lapidan cada uno de esos 10 mandamientos y antes de salir de casa no se olvidad de “echar esa manita de yeso en la pared” para tapar las imperfecciones de cara a las vecinas del barrio).

Empieza el día, como otro cualquiera. Un café mientras escucho en las noticias “hoy se dicta sentencia a Iñaki Urdangarín y la Infanta Doña Cristina por sus trapicheos de estafa”. Coincidencia...¿Seremos todos iguales ante la justicia? Cambio la ropa de trabajo por americana azul y camisa gris. Sinceramente, nunca me he visto elegante así vestido pero “así te vean así te tratan” hipocresías sociales que en mi caso de nada sirven, ya que haga lo que haga, me vista como me vista, las experimentadas psicólogas del juzgado siempre dirán que un padre “distorsiona su realidad”.

Salgo de casa y decido acercarme a pie al juzgado dando un paseo. Mi pareja me acompaña y como hay tiempo entramos en una cafetería, pero casi no hablamos del tema. Ya hemos pasado largas horas de conversación imaginando posibles escenarios y qué hacer, cómo actuar en cada uno de ellos. Simplemente tomamos un café cortado y disfrutamos de un momento de sol tras los ventanales de la cafetería. No necesito controlar los nervios, no los tengo. Ha sido un proceso largo, mi abogado ha hecho un gran trabajo, me siento respaldado por mi familia y no tengo nada por lo que avergonzarme, la verdad siempre ha ido por delante en mi vida. Además durante todo este tiempo he aprendido a aceptar que el “sistema” funciona así, que no está en mi mano cambiarlo y que sobretodo, nada tiene que ver lo que un puñado de personas mezquinas hayan podido decir sobre mi, la realidad es otra, la verdad es la que es. Hoy todo cambiará en el día a día, hoy se cierra un ciclo. No me estoy conformando, pero la aceptación y la adaptación al medio, me aseguran la supervivencia en él.

En la puerta espera puntual mi cuñada que no ha querido dejarme sólo en estos momentos. Me sienta bien verla allí con una actitud positiva, optimista y tranquila. Allí nos espera mi abogado quien nos recibe cordialmente. Controla bien la situación y nos explica que la batería de preguntas para desmantelar el bochornosos informe psicosocial está preparada. Debatimos antes de entrar en la sala de forma distendida y amigable incluso con alguna que otra broma. Me gusta esa sensación de calma, de confianza, de complicidad. En ese momento entra la otra parte, la madre de mi hijo acompañada por su abogado y rodeada de algún familiar y amigos en plan intimidatorio. Se colocan a muy corta distancia de nosotros e incluso pretenden mostrar un interés absurdo por mis dos sobrinas. Seguimos con la hipocresía. Pero mi estado de calma es tal que apenas noto su presencia, sus ojos clavados en mi espalda, como siempre y deseando sacarme de mis casillas, deseando que pierda el control de mis actos para poder evidenciar una acusación de malos tratos que nunca han pasado.

Llega la hora, nos llaman para ocupar nuestros puestos dentro de la sala y comienza el espectáculo vergonzoso de la psicóloga y la trabajadora social que integran el equipo psicosocial. Personas supuestamente experimentadas en este tipo de actos y que pierden la compostura y se atemorizan en la primera pregunta que les hace mi abogado, con total normalidad y cordialidad, y con las que solamente se pretende sacar un poco de luz a un informe que han realizado lleno de contradicciones, mentiras, falsos testimonios y conjeturas que no indica con rotundidad si es beneficioso o perjudicial para Juan una modificación de las medidas totalmente absurdas a las que ambos nos encontramos sometidos. Un informe que solo se limita a afirmar que el padre interpreta un papel exagerado de buena persona y que distorsiona su realidad apareciendo bien vestido y educado, mientras que el falso testimonio de la madre sobre supuestos malos tratos sufridos durante un matrimonio roto hace 5 años es totalmente veraz, sin basarse en ninguna prueba más que en el relato de una mujer (que atemoriza a su hijo y que odia y acosa a su ex-marido como he indicado en anteriores entradas).

Esta es la vergüenza de sistema en el que vivimos. Un sistema que nunca podrá ser igual para todos, sin distinción entre hombres ni mujeres. En un momento de la historia de este país el hombre sometía a la mujer y la justicia le apoyaba. Hoy es la mujer la que somete al hombre utilizando malas artes y argucias y que no duda ni un momento en levantar falsos testimonios aún sabiendo que el hombre, que una persona, que un ciudadano puede pasar sus días entre rejas por una mentira, por un capricho. Que utiliza su condición de mujer supuestamente maltratada para aprovecharse de los programas sociales para mujeres que verdaderamente sufren esta lacra social y están en verdadero peligro, para pisotear la dignidad de un hombre. ¿No es esto un insulto para todas las mujeres que luchan por sus propios medios, éticos y dignos para abrirse camino en la vida sin el amparo de un hombre? ¿Es legítimo que se crea antes una “lágrima de cocodrilo” de una mujer que el llanto desconsolado de un niño por pasar más tiempo con su padre? ¿Es legítimo que ni si quiera se ponga en duda la estabilidad y el bienestar de un menor por el hecho de que una madre siempre va a ser buena y un padre siempre va a ser malo? ¿Es legítimo que no se ponga en duda el estilo educativo de una madre, siempre positivo, y que constantemente se afirme que el padre es un mal educador?

Hoy termina la Operación Crossroads, tocado pero no hundido, igual que el acorazado Nagato y comienza la Guerra Fría, que no conseguirá separarnos a Juan y a mí, damos un paso hacia adelante en una nueva etapa.

sábado, 11 de febrero de 2017

DE LA HIPOCRESÍA A LA REALIDAD

En anteriores entradas he contado que aún me encuentro en pleno proceso de lucha por la custodia compartida de mi hijo. Este proceso, aunque duro por las controversias que están apareciendo sobre la capacidad o validez de un hombre para educar a un niño, estoy aprendiendo que lo más difícil de todo es hacer frente a la hipocresía de aquellos que se esfuerzan en poner en tela de juicio mis capacidades. 

Hoy quiero contar una anécdota sucedida después de las fiestas navideñas, en las que todo han sido buenas palabras, buenos deseos e incluso con una tarjeta navideña, no solo escrita de puño y letra por mi hijo, con las evidentes correcciones de un adulto (como pudiera ser su propia madre) sino firmada incluso por ella misma, deseándome todo lo mejor para el año nuevo. ¡Cuánta candidez! Sí, la misma persona que utiliza el juego sucio para manchar mi nombre y el de mi familia y que levanta falsos testimonios ante las autoridades judiciales sin ningún tipo de pudor y sin pensar en el daño gratuito que está haciendo tanto a mí como a mi entorno más próximo, utiliza la mano de mi propio hijo para seguir sembrando el dolor entre nosotros. Pasamos entonces a la cruda realidad, la hipocresía. 
Realizada por: "Crossroads: Las Huellas de un Padre". Diciembre 2016.

Llega el primer fin de semana del año después de las vacaciones. Todo comienza de forma genial. La emoción de ir a buscar a mi hijo, que hace dos semanas que no veo y en las que para no variar las costumbres, no me han dejado hablar con él. Ese momento en el que al encontrarnos, él sale corriendo desde la puerta del portal con entusiasmo y ganas de ver a su padre dejando atrás a su madre, quien no para de protestar, como siempre, por las prisas de Juan en reencontrarse conmigo. Hay costumbres que no cambian por más que mil años que pasen. 

Las primeras horas son muy divertidas para mí porque no para de hablar como un loco saltando de un tema a otro tema sin aparente conexión entre los millones de recuerdos que corren por su cabeza. Es como si sintiera la necesidad de contarme en minutos todo lo que le ha pasado en las dos semanas que no nos hemos visto. Yo sonrío y trato de ordenar sus palabras haciéndome una idea general de todas sus vivencias. Por suerte va creciendo y ya se expresa como un “chico mayor”. Antes de montar en el coche, ya me ha contado todo lo que le ha pasado en el cole y lo que le han traído los Reyes. “En tu habitación también han dejado unos paquetes envueltos, creo que son para ti”, le explico a Juan

Mientras él me sigue poniendo al día, reviso el millón de deberes del cole con mucho cuidado, como siempre, y preocupado por no olvidarnos de hacer ninguna tarea ya que, como es habitual, no trae la agenda del cole entre la pila de libros y cuadernos. 

Su madre tiene una extraña costumbre o interés de no dejar la agenda dentro de la mochila de Juan. Cuando yo pregunto por esta agenda (herramienta del colegio para contactar con sus profesores y estar al día de sus tareas) Juan dice que sí está dentro y ella culpa al niño por no ser responsable de sus cosas. Yo le explico ante los ojos de mi hijo que soy una persona adulta suficientemente capaz de entender las tareas escolares de un niño y que no necesito que su madre haga resúmenes sobre la agenda, sino que lo que necesito es la agenda en sí para poder comunicarme con sus tutores. Todavía no entiendo por qué su interés en mantenerme al margen de su educación escolar. A esto de ocultar información, de no ser transparente en el día a día de los quehaceres de mi hijo ¿cómo se le llama? ¿Cómo se define a una persona así? 

Después de tranquilizarnos todos seguimos con el día de buen rollo. Nos vamos a desayunar como todos los sábados y después a casa, a ver qué nos han dejado los Reyes. A Juan le han encantado los regalos. La verdad es que siempre le gusta todo lo que hacemos juntos y como es un día frío, decidimos acercarnos al rocódromo nuevo cercano a nuestra casa. A Juan le encanta ese sitio y a mi no deja de sorprenderme lo valiente y autónomo que empieza a ser. Es algo que me preocupa desde siempre porque le cuesta demasiado hacer cosas por sí mismo y tomar pequeñas decisiones, normales para un niño de 9 años. El hecho es que su madre, la persona con la que más tiempo pasa, le controla y le supervisa excesivamente sin dejarle apenas intimidad (ni si quiera le permite hablar a solas conmigo en las contadas ocasiones que me deja llamarle por teléfono, supervisando nuestra conversación e incluso corrigiéndole sus palabras a pesar de que sabe que yo estoy al otro lado del teléfono escuchando atónito todo lo que pasa en ese momento). Ambos sabemos que va a ser un fin de semana duro de estudio y de tareas por eso disfrutamos al máximo nuestra primera mañana juntos.

Por la tarde comenzamos con las tareas del cole y al ver la cantidad de deberes que tiene, le pregunto si el viernes por la tarde también hizo tareas. Me cuenta que desde que salió del colegio estuvo jugando toda la tarde y que se acostó muy tarde porque estuvo, como él dice pícaramente, cenando de “cañas por los bares”.

El domingo transcurre con normalidad, estudio por la mañana y un ratito de “play” para no agobiarnos, pero por la tarde empezamos a preocuparnos repasando el examen de lengua que tenemos el lunes. ¡Los adjetivos son algo bastante chungo de entender! Y de repente preguntándole la lección, se queda en silencio pensando la respuesta o eso creía yo, y pasa de la risa al llanto. ¿Qué te pasa, Juan? ¿Qué ocurre? Le pregunto. Pensaba que te estabas enfadando porque tardo en responder. Me dice Juan. 

Me dolió esa respuesta como una puñalada en el pecho. Juan sigue creyendo que yo me enfado con él sin motivos, que tengo mal carácter, que no soy bueno para él… Otra vez más tanto su madre como sus abuelos y tíos han vuelto a la carga desprestigiándome como persona, como hombre, como padre...Lavándole el cerebro diciéndole cosas horribles sobre mí, que su padre le avandonará, que su padre no le cuidará y dejará que se lo lleven de casa, que su padre no le ayudará….Que su padre, no le quiere. 

Eso, es lo que mi hijo ha estado aprendiendo en su entorno materno desde que tenía 4 años. Un entorno que se supone cristiano, personas que certifican que son buenos por la “gracia de Dios” y que lo único que sus actos certifican es lo hipócritas que son y que son capaces de hacer y de decir cualquier barbaridad con tal de apartar a Juan de mi lado. ¿Es esto preocuparse por el bienestar de su hijo, de su nieto, de su sobrino? ¿Es de buenos cristianos mentir para ensuciar el amor de un hijo a su padre? ¿Es el padre el que está dañando a su propio hijo? Esto es la hipocresía a la que nos enfrentamos a diario millones de padres. Esto es la cruda realidad y lo más duro, no podemos hacer nada para que nuestros hijos crezcan en un entorno sano y limpio psicológicamente hablando. 

Finalmente, conseguimos calmarnos y todo vuelve a su normalidad, hasta que llega la hora de volver a su casa materna repitiéndose la misma imagen y la misma situación que en las vacaciones navideñas al separase de mi y de sus primas. Con las mismas palabras y los mismos ojos llenos de lágrimas me dice "papá no quiero irme , quiero quedarme más contigo".