En anteriores entradas he contado que aún me encuentro en pleno proceso de lucha por la custodia compartida de mi hijo. Este proceso, aunque duro por las controversias que están apareciendo sobre la capacidad o validez de un hombre para educar a un niño, estoy aprendiendo que lo más difícil de todo es hacer frente a la hipocresía de aquellos que se esfuerzan en poner en tela de juicio mis capacidades.
Hoy quiero contar una anécdota sucedida después de las fiestas navideñas, en las que todo han sido buenas palabras, buenos deseos e incluso con una tarjeta navideña, no solo escrita de puño y letra por mi hijo, con las evidentes correcciones de un adulto (como pudiera ser su propia madre) sino firmada incluso por ella misma, deseándome todo lo mejor para el año nuevo. ¡Cuánta candidez! Sí, la misma persona que utiliza el juego sucio para manchar mi nombre y el de mi familia y que levanta falsos testimonios ante las autoridades judiciales sin ningún tipo de pudor y sin pensar en el daño gratuito que está haciendo tanto a mí como a mi entorno más próximo, utiliza la mano de mi propio hijo para seguir sembrando el dolor entre nosotros. Pasamos entonces a la cruda realidad, la hipocresía.
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Realizada por: "Crossroads: Las Huellas de un Padre". Diciembre 2016. |
Llega el primer fin de semana del año después de las vacaciones. Todo comienza de forma genial. La emoción de ir a buscar a mi hijo, que hace dos semanas que no veo y en las que para no variar las costumbres, no me han dejado hablar con él. Ese momento en el que al encontrarnos, él sale corriendo desde la puerta del portal con entusiasmo y ganas de ver a su padre dejando atrás a su madre, quien no para de protestar, como siempre, por las prisas de Juan en reencontrarse conmigo. Hay costumbres que no cambian por más que mil años que pasen.
Las primeras horas son muy divertidas para mí porque no para de hablar como un loco saltando de un tema a otro tema sin aparente conexión entre los millones de recuerdos que corren por su cabeza. Es como si sintiera la necesidad de contarme en minutos todo lo que le ha pasado en las dos semanas que no nos hemos visto. Yo sonrío y trato de ordenar sus palabras haciéndome una idea general de todas sus vivencias. Por suerte va creciendo y ya se expresa como un “chico mayor”. Antes de montar en el coche, ya me ha contado todo lo que le ha pasado en el cole y lo que le han traído los Reyes. “En tu habitación también han dejado unos paquetes envueltos, creo que son para ti”, le explico a Juan.
Mientras él me sigue poniendo al día, reviso el millón de deberes del cole con mucho cuidado, como siempre, y preocupado por no olvidarnos de hacer ninguna tarea ya que, como es habitual, no trae la agenda del cole entre la pila de libros y cuadernos.
Su madre tiene una extraña costumbre o interés de no dejar la agenda dentro de la mochila de Juan. Cuando yo pregunto por esta agenda (herramienta del colegio para contactar con sus profesores y estar al día de sus tareas) Juan dice que sí está dentro y ella culpa al niño por no ser responsable de sus cosas. Yo le explico ante los ojos de mi hijo que soy una persona adulta suficientemente capaz de entender las tareas escolares de un niño y que no necesito que su madre haga resúmenes sobre la agenda, sino que lo que necesito es la agenda en sí para poder comunicarme con sus tutores. Todavía no entiendo por qué su interés en mantenerme al margen de su educación escolar. A esto de ocultar información, de no ser transparente en el día a día de los quehaceres de mi hijo ¿cómo se le llama? ¿Cómo se define a una persona así?
Después de tranquilizarnos todos seguimos con el día de buen rollo. Nos vamos a desayunar como todos los sábados y después a casa, a ver qué nos han dejado los Reyes. A Juan le han encantado los regalos. La verdad es que siempre le gusta todo lo que hacemos juntos y como es un día frío, decidimos acercarnos al rocódromo nuevo cercano a nuestra casa. A Juan le encanta ese sitio y a mi no deja de sorprenderme lo valiente y autónomo que empieza a ser. Es algo que me preocupa desde siempre porque le cuesta demasiado hacer cosas por sí mismo y tomar pequeñas decisiones, normales para un niño de 9 años. El hecho es que su madre, la persona con la que más tiempo pasa, le controla y le supervisa excesivamente sin dejarle apenas intimidad (ni si quiera le permite hablar a solas conmigo en las contadas ocasiones que me deja llamarle por teléfono, supervisando nuestra conversación e incluso corrigiéndole sus palabras a pesar de que sabe que yo estoy al otro lado del teléfono escuchando atónito todo lo que pasa en ese momento). Ambos sabemos que va a ser un fin de semana duro de estudio y de tareas por eso disfrutamos al máximo nuestra primera mañana juntos.
Por la tarde comenzamos con las tareas del cole y al ver la cantidad de deberes que tiene, le pregunto si el viernes por la tarde también hizo tareas. Me cuenta que desde que salió del colegio estuvo jugando toda la tarde y que se acostó muy tarde porque estuvo, como él dice pícaramente, cenando de “cañas por los bares”.
El domingo transcurre con normalidad, estudio por la mañana y un ratito de “play” para no agobiarnos, pero por la tarde empezamos a preocuparnos repasando el examen de lengua que tenemos el lunes. ¡Los adjetivos son algo bastante chungo de entender! Y de repente preguntándole la lección, se queda en silencio pensando la respuesta o eso creía yo, y pasa de la risa al llanto. ¿Qué te pasa, Juan? ¿Qué ocurre? Le pregunto. Pensaba que te estabas enfadando porque tardo en responder. Me dice Juan.
Me dolió esa respuesta como una puñalada en el pecho. Juan sigue creyendo que yo me enfado con él sin motivos, que tengo mal carácter, que no soy bueno para él… Otra vez más tanto su madre como sus abuelos y tíos han vuelto a la carga desprestigiándome como persona, como hombre, como padre...Lavándole el cerebro diciéndole cosas horribles sobre mí, que su padre le avandonará, que su padre no le cuidará y dejará que se lo lleven de casa, que su padre no le ayudará….Que su padre, no le quiere.
Eso, es lo que mi hijo ha estado aprendiendo en su entorno materno desde que tenía 4 años. Un entorno que se supone cristiano, personas que certifican que son buenos por la “gracia de Dios” y que lo único que sus actos certifican es lo hipócritas que son y que son capaces de hacer y de decir cualquier barbaridad con tal de apartar a Juan de mi lado. ¿Es esto preocuparse por el bienestar de su hijo, de su nieto, de su sobrino? ¿Es de buenos cristianos mentir para ensuciar el amor de un hijo a su padre? ¿Es el padre el que está dañando a su propio hijo? Esto es la hipocresía a la que nos enfrentamos a diario millones de padres. Esto es la cruda realidad y lo más duro, no podemos hacer nada para que nuestros hijos crezcan en un entorno sano y limpio psicológicamente hablando.
Finalmente, conseguimos calmarnos y todo vuelve a su normalidad, hasta que llega la hora de volver a su casa materna repitiéndose la misma imagen y la misma situación que en las vacaciones navideñas al separase de mi y de sus primas. Con las mismas palabras y los mismos ojos llenos de lágrimas me dice "papá no quiero irme , quiero quedarme más contigo".
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